domingo, febrero 19, 2006

Bendita tierra canaria...

Nací y me crié en Canarias, pero no soy canario. Habiendo nacido de padres peninsulares, soy lo que los catalanes llaman un charnego. Por desgracia, los canarios nunca hemos sido, en nuestro racismo, tan sofisticados como nuestros amigos y vecinos del norte. En nuestra limitada capacidad para discernir nos quedamos en rasgos concretos como el acento. Los que pronunciamos las ces somos godos, y punto.

Llevo treinta y tres años siendo godo, es decir, forastero en tierra propia. No ha sido problema alguno. Tengo la suerte de moverme en un entorno multicultural (extremeños, andaluces, etc) donde mi defecto del habla no me causa problemas. Solo en contadas ocasiones me acuerdo de que soy diferente. Por ejemplo ayer.

Acudí a la presentación de un libro sobre las pirámides de Güimar en el centro de la cultura popular canaria. Los autores defendían la teoría archidemostrada de que son construcciones del siglo diecinueve que han sido elevadas a la categoría de monumentos megalíticos aborígenes por una confluencia de intereses político-económicos. Un grupo de guanchinerfes locales, al parecer habituales del centro, se oponían a dicha teoría porque era insultante que esta gente viniera de la península a decirnos estas tonterías. El asunto me recordó a las caricaturas de Mahoma y a esos que se sienten insultados por quienes tienen la desfachatez de no compartir sus supersticiones. Quise intervenir, pero el ambiente estaba tenso y me dio la impresión de que hablar en aquel momento con mi acento peninsular podría haber crispado los ánimos aún mas. Me callé. Afortunadamente, allí estaba Ricardo , que tiene el acento que hay que tener para decir todo aquello que me hubiera gustado decir a mí.

El racismo siempre es repugnante. Pero les garantizo que es aún peor cuando le toca a uno ser el negro.
Demóstoles