domingo, julio 30, 2006

Bagdrid, 2106.

Desde el balcón de su residencia, el general contempla los interminables yermos castellanos, tan distintos de su Basora natal. Que distinta es Crispania de su tierra, y como lo hace añorar el mar. Erudito además de guerrero, Yusúf ve más allá de las mujeres Cripstianas vestidas de negro, de las iglesias atestadas de fanáticos y los enjambres de niños corriendo tras cada coche. "Wahid dirham!. Wahid Dirham, ya sidi!", gritan a los conductores en un pésimo árabe. Es fácil decir que su religión es la causa de todo, que la miseria es consecuencia de su fanatismo y su carácter violento. Pero el dios de los Cripstianos es el mismo que venera el Islam y sus curas calcos casi exactos de los mulás que hablan por la radio sobre la pérdida de fe y la crisis de valores en oriente. Iletrados y miserables como son, los Crispañoles tienen un glorioso pasado y en su capital, Bagdrid, se sentó una vez el emperador del mundo. El presidente Omar, con su flagrante desconocimiento de la historia, ha repetido el error que cometiera Napoleón trescientos años antes. ¡Hasta un chimpancé con un cuchillo de cocina podría haber invadido la débil y paupérrima Crispania! El error fue pensar que sus habitantes, hartos de sufrir la opresión de tanto tirano, recibirían sus "libertadores" con besos y flores, que suplicarían democracia y Meca-Cola(TM). Los franceses llevaron a crispania la libertad, la igualdad y la fraternidad. Los crispañoles les dijeron que cogieran sus modernidades y se las metieran por el culo. Ahora los árabes pretenden imponer la democracia a una república bananera que lleva cincuenta años en manos de dictadorzuelos semianalfabetos. Puede que la intención sea buena, pero los resultados serán desastrosos. "¡Biba las caenas!" Dicen las pintadas en las calles. Ahora, como hace trescientos años.

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