Ballardiano/a:
(2) Parecido o que sugiere las condiciones descritas en las novelas e historias de J. G. Ballard, especialmente distopía moderna, desolados paisajes artificiales y los efectos psicológicos de los cambios tecnológicos, sociales o medioambientales.
—Diccionario Inglés Collins
Hace un tiempo que Ballard se sumó a esa estirpe de escritores ingleses cuyos nombres se han convertido en adjetivos. Siempre es un apropiado homenaje para aquellos cuya herramienta de trabajo, investigación y expresión es el lenguaje el pasar a formar parte de él. Además de indicar la evidente dependencia de la obra con la obra (el adjetivo de relación según la Real Academia de la Lengua), ese tipo de conversión en la historia reciente de la literatura inglesa parece también un proceso para la creación descriptores sociales.
De esta manera, dickensiano no sólo describe a los héroes y villanos de Dickens, sino también una determinada impresión (cierta o no) de la sociedad inglesa del SXIX, particularmente de sus estratos más bajos; orwelliano es el adjetivo del miedo cuya gestación empezó en 1948, la visión desoladora de un mundo bajo los nuevos totalitarismos engendrados en el SXX. Y ballardiano es el adjetivo de la descomposición social y de la catástrofe interior; y quizás también del efecto de la catástrofe exterior sobre el mundo mental interior (ese inner space cuya acuñación se le adjudica y cuya representación siempre me pareció ligada a las pintura metafísica de Chirico o a los cuadros de Max Ernst) si tenemos en cuenta sus obras sobre mundos desolados y cambiados como el
Mundo de Cristal,
El Mundo Sumergido, l
a Sequía, o determinados cuentos de
Playa Terminal y los descensos al infierno psicológico de una realidad mutada. A diferencia del la clase desposeída dickensiana, Ballard se centra en la clase media y sus aspiraciones, deseos y pesadillas, en vez de describir distopías desde un principio (a diferencia de sus universos catastróficos), Ballard prefería narrar procesos de desintegración social, o de conversión de sociedades en pesadillas sociales a partir de elementos perfectamente reconocibles como parte de nuestra experiencia diaria: las urbanizaciones de lujo, las ciudades dormitorio y las aglomeraciones de los centros turísticos (
Vermillion Sands,
Noches de Cocaína), la televisión y los medios, las patrullas de vigilancia ciudadana y los vicios privados de probos ciudadanos.
Ballard también tenía un interés por explorar la sexualidad humana a través de un discurso basado casi en una concepción freudiana de las pulsiones de la psique y del reconocimiento de las zonas parafílicas limítrofes (y no tan limítrofes). En la archifamosa Crash hay una exploración de un fetichismo futurista, una colisión entre Sade y Marinetti para alumbrar las autopistas del SXX, que habla de esa relación entre tecnologías, sexualidad y auto/destrucción que tanto le interesaba a Ballard, una actualización del
Psychopathia Sexualis de Krafft-Ebing.
Rascacielos y
Super-Cannes (separadas por varias décadas de distancia), hablan de aislamiento, reversión social, sumisión y brutalidad, de fascismo emergente en comunidades cerradas. Ballard también era capaz de usar su cortante visión para producir una novela sobre la arqueología de la cultura popular y los poderosos símbolos e imágenes de un imperio extinto y sus obsesiones como
Hola América, de crear el perturbador escenario onírico de mesianismo y celebración pansexual de una comunidad a orillas del Támesis en
Compañía de Sueños Ilimitada, de explorar la desintegración psicológica a golpe de vanguardia literaria en
La Exhibición de Atrocidades (el “perverso” libro que le valió un juicio por obscenidad) o de crear una fábula de supervivencia moderna como
La Isla de Cemento.J. G. Ballard nació el 15 de noviembre de 1930 en Shangai y murió el 19 de abril de 2009. Entre ambos puntos de su existencia experimentó la Segunda Guerra Mundial de niño (ver, evidentemente
El Imperio del Sol), vivió en varios países, escribió literatura de vanguardia partiendo de la ciencia ficción y pasando por el catalizador de la New Wave y los cambios culturales del SXX en Inglaterra, catalogó todo tipo de neurosis, perdió a su esposa y tuvo que criar a tres hijos, se hicieron dos adaptaciones de sus obras al cine y finalmente perdió la batalla contra un cáncer de próstata. Pero el adjetivo sobrevive, al menos mientras una catástrofe ballardiana no acabe con los diccionarios Collins.