Reseteando el contador a 00

La verdad es que no me imaginaba yo un Casino Royale sin Woody Allen intentando matar a todos los hombres más altos de metro sesenta, pero el resultado de readaptar la novela de Fleming es bastante mejor de lo esperado, sobre todo porque el guión se dedica a jugar con el canon de Bond y con las expectativas del espectador una y otra vez (otro guión en parte de Neal Purvis, responsable de Muere otro Día y El Mañana Nunca Muere).

Bueno, en realidad, a lo que se dedica toda la película es atentar contra el corpus bondiano. Para empezar, cuando aparece la primera maciza en una playa, es Bond el que emerge del agua en bañador. En los títulos de presentación de la película no aparece ni una sola jamona de las acostumbradas en tales acontecimientos (si exceptuamos a la Reina de Corazones), este Bond sólo tiene sexo si hay amor de por medio (juraito, oiga, deja colgada a la maciza de la playa para tomar un avión), se mira durante un rato en el espejo a ver cómo le queda es esmoquin, se inventa sobre la marcha un mejunje asqueroso para volver locos a los camareros (y cuando más tarde le preguntan que si bebida lo quiere agitado o revuelto responde con una bordería).
Y el Aston Martin lo consigue jugando a las cartas. Qué peazo de macarra, sí señor.

Y también es un ejercicio de caminar por la cuerda floja: el fino equilibrio entre narrar desde cero los orígenes de Bond como agente 00 y también jugar a que James Bond es un título, un nombre código que puede, o no, tener una historia detrás con varios rostros; un homenaje a la serie entera y a las propias especulaciones de los aficionados. Después de todo, este es un Bond que sólo al final es capaz de decir lo de "Bond, James Bond", como si no estuviera acostumbrado a calzar el nombre.

Este es el Bildungsfilme del agente 007, la educación sentimental de un asesino al servicio de su majestad.

Y esa M airada diciendo lo mucho que echa de menos la guerra fría y llamando imbécil a su primer ministro. Impagable.

Locke.