Mi afición a la lógica y a los lenguajes me suele llevar a inferir el significado de palabras desconocidas aplicando la etimología y el sentido común. Este tipo de razonamientos a lo Sherlock Holmes pueden ser sencillos o tremendamente complicados, puedo hacerlos en español o en idiomas que conozco aún peor y pueden consistir en descomponer palabras largas, yuxtaponer palabras cortas o cosas aún más raras. Lo único que tienen en común todas mis aventuras lingüístico-deductivas es que siempre fracasan estrepitosamente y a menudo me buscan problemas.
La primera cagada de que tengo memoria fué en un examen de naturales. ¿Que es la peritonitis? me preguntaban. Yo ni guarra, claro, mi memoria no era buena ni cuando estaba en el colegio. Yo acababa de conocerla, a la etimología,y recordé que todas las palabras terminadas en itis eran inflamaciones. Así que escribí en el exámen: Inflamación del peritón.
Con el tiempo he ido apilando ridículos similares uno encima de otro y es que la etimología me la tiene jurada. Me seduce con su lógica aparente para darme calabazas nada más acercarme. Cada vez que pico me digo que esa vez será la última. Pero es inútil. Viene a mí con sus zalamerías y acabo pensando: esta si que es la buena, esta vez me lanzo a la piscina. Y la piscina siempre está vacía.
Les cuento todo esto porque llevo semanas tropezándome con páginas escritas por Amando de Miguel, uno de esos que jamás me ayudará a propagar el meme de la derecha educada. Tiene este señor un brillantísimo currículum con cientos de libros y miles de artículos. Domina el español, el inglés y parece que también el latín. ¿Y creen que la etimología lo trata mejor? ¿Creen que respeta sus indudables méritos y le evita los ridículos y desaires que reserva para mí? Pues nada de eso. Lo trata incluso peor. Y es que el señor de Miguel ha puesto a esta buscona en un altar y acude a ella como la gran autoridad que ha de bendecir el uso de las palabras. Grave error. Caprichosa y mimada como es, la etimología se vuelve aún más insidiosa cuando la colmas de atenciones. Fíjense en este articulo. El señor de Miguel recurre a la etimología para descalificar el uso de homofobia como aversión a los homosexuales y ella, mujer mala, lo arrastra por el fango del absurdo. Que cosa más fea. Con esas malas artes que tan bien conozco le lleva a decir que homofobia es la aversión a lo igual, dado que viene de omos (igual) y fobia (temor). Cualquier día esa malhadada le hará decir que los teleadictos tienen una obsesiva dependencia de la distancia.
La etimología es un peligro, se lo digo yo. Su coherencia aterciopelada te hace olvidar que el lenguaje lo hacen las personas y que estas no se suelen comportar con lógica. Si ha podido engañar con la homofobia a un profesional del tema, ¿que podría llegar a hacer con un pobre diablo como yo? Tengo que dejar de verla.
Demóstoles
4 comentarios:
No te creo, luego existo.
La falacia etimológica. Como cuando decían que el matrimonio entre dos hombres era imposible porque la palabra matrimonio...
Un matrimonio entre hombres debería ser un patrimonio. Así yo tendría dos formas de hacerme con uno: dejar de ser heterosexual o dejar de ser biólogo.
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