A modo de obituario

Ha muerto Javier Corzo, director del departamento de Bioquímica de la Universidad de La Laguna. Le gustaban la ciencia-ficción y el civilization, quizá por eso tuve más contacto con él que con otros profesores. Siempre tenía una respuesta para mis preguntas y una crítica para mis modelos matemáticos: "Dejate de videojuegos y haz bioquímica de verdad". Eso me decía.

Javier era godo, cascarrabias, histriónico e iconoclasta. Implacable en el debate y certero en la ironía. Tenía el sentido común de un campesino, la cultura de un bibliófilo y la carcajada ruidosa de un vikingo en pleno saqueo.

Estos últimos años descubrí una nueva faceta suya. Sabía estar a la altura de las circunstancias. Estuvo donde había que estar e hizo lo que tenía que hacer. Mientras unos se escondían y otros ponían la mano, Javier se mantuvo en su sitio. El Corzo era demasiado listo y duro de roer como para que nadie se le enfrentara en un careo, pero tuvo que aguantar un chaparrón de críticas y rumores cobardes porque la ética profesional ya no está de moda.

Lo vi horas antes de morir, en la defensa de su último doctorando. Había discípulos suyos en el tribunal y entre el público. Se habló de rizobios. Si su muerte no nos hubiera cogido por sorpresa, si le hubiéramos hecho un homenaje, no habría sido muy distinto.

Los bioquímicos que mueren con la pipeta en la mano van al Valhalla, donde las becarias llevan faldas cortas, la máquina de café da vinos de Somontano y solo se publica en Nature.

Demóstoles

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